(Nota extraída de www.quino.com)
Mis dibujos no me gustan demasiado, me doy cuenta de que responden muy bien en la mayoría de las veces a la idea que quiero dar, pero me gustaría tener una línea mucho más libre, tener más poder de síntesis. Efectivamente la historieta, tal como me lo había dicho Oski, quita agilidad al trazo, porque está limitado por los mismos personajes, los bocetos tienen más soltura que el dibujo definitivo y a veces llego a calcarlos, pero nunca logran la misma frescura, aunque también debo reconocer que ha sido un ejercicio para contar historias dibujadas. Relacionado con este tema es la bronca que me da porque despierto no tengo la misma imaginación que cuando sueño, inventando cosas que ignoro de dónde las saco. Como toda persona que se inicia seriamente en una carrera, profesión u oficio, también el dibujante de humor debe elegir la línea de qué maestro seguir hasta poder hallar su propio estilo. Es lógico que este rol lo cumplieran los dibujantes argentinos a quienes yo veía y estudiaba desde chico. La lista era realmente muy larga, pero mis más admirados fueron siempre Lino Palacio y Divito.
De Lino Palacio dibujante, lo que más me gusta es la pulcritud de su línea, la elegancia para plantar la figura y la armonía en la proporción de sus personajes. Lo que más influyó sobre mí fueron sus historias sin texto y el manejo del tiempo entre un cuadro y otro, también una temática más amplia y universal que el resto de los dibujantes argentinos. De Divito recibí no sólo "la influencia a distancia", o sea, ver sus dibujos en las revistas que llegaban a casa, sino también, una vez que lo conocí, verdaderas lecciones personales de dibujo. Cuando yo trabajaba en "Rico Tipo" le llevaba mis dibujos en lápiz, él me los corregía y me decía «Esto estaría mejor de tal manera, aquí sobra este árbol o esta nube, etc.», luego yo los pasaba a tinta y recién entonces, si le parecía que estaban bien, me los publicaba. Aprendí de él una conducta profesional, jamás copiar ideas o, descaradamente, la línea de otros dibujantes, además de un respeto por lo que se le debía dar al lector.
Poco después apareció Oski; él es el gran maestro, no solo del dibujo sino de la vida. Es curioso porque quien mire dibujos de Oski y míos tal vez no note influencia alguna y, sin embargo, hay muchísima, sólo que esta influencia está en lo importante, que es justamente lo que no se ve: Oski me enseñó, ante todo, a mirar y poder extraer algo de lo que uno mira, ya se trate de un cuadro, una catedral, una mujer, un gato o una zanahoria, pero además esto va acompañado de una disciplina: documentarse seriamente antes de dibujar. También supo inculcarme una moral de trabajo que incluye el respeto a la profesión, al lector y a uno mismo. También el tomarse cada dibujo, por insignificante que parezca, como si se tratase de decorar la Capilla Sixtina y de ahí también la obsesión por documentarse sobre el tema a dibujar.
Otro maestro para mí fue Luis J. Medrano, originalísimo dibujante, creador del grafograma, mezcla de "chiste tradicional" y tira cómica, pero siempre (salvo rarísimas excepciones) en un cuadro único. De él aprendí lo importante que es la cultura general en la formación del dibujante de humor.
Más tarde, teniendo yo 18 años cayó en mis manos un ejemplar del semanario francés "Paris-Match". Ahí conocí a dos dibujantes de humor que me marcaron para siempre: Bosc y Chaval. No sólo sobre mí tuvieron una enorme influencia sino también sobre varias generaciones de jóvenes dibujantes, por lo que tal vez vistos hoy no se aprecie el enorme cambio que ellos introdujeron. Conocer a Bosc y Chaval fue para mí la revelación de cuál era el tipo de humor que a mí me interesaba, sintético, sin texto, directo, con una gran dosis de surrealismo pero, sobre todo, completamente alejado del humor costumbrista con el que tanto se machacaba. Venía la novedad de lo absurdo (motonetas scooter que chocaban con elefantes, pasajero en avión que en pleno vuelo veía pasar un tranvía, un piano que se estrellaba con un automóvil que venía en dirección opuesta), todo esto mezclado con una punzante crítica al militarismo, al poder, al oscurantismo y una profunda sensibilidad social. Por otra parte la admirable soltura del trazo de Ronald Searle, dibujante inglés radicado en Francia, no pudo infuir sobre mí por incapacidad mía, en cambio sí aprendí de él cómo crear climas, decorados, expresiones y posturas de los personajes y un cierto preciosismo que me resultó siempre muy atrayente. Años despues descubrí que en realidad también ellos y otros grandes como André Francois venían del "gran padre", el rumano Saúl Steinberg, el más grande humorista gráfico que haya dado el siglo XX. Steinberg tuvo y sigue teniendo una influencia enorme en varias generaciones de dibujantes de humor en todo el mundo, sin que hasta ahora ninguno de nosotros haya logrado alcanzar su nivel. La frescura de sus dibujos y la sensibilidad de su línes lo colocan en la frontera entre el dibujo de humor y el arte con mayúsculas.
Por último, otro de mis maestros es Sempé, francés nacido en agosto del 32 (yo nací en julio del 32) a quien considero, junto conmigo, uno de los últimos exponentes de un tipo de humor en extinción, el humor humanista, no contaminado por la sátira política del momento. Al igual que los míos, sus dibujos no producen la carcajada que viene de golpe, sino que deben ser mirados con mucha atención, inclusive pensados. Digamos que lo considero un hermano, no de leche porque sólo estuve fugazmente una vez con él, pero sí de tinta.
viernes, 20 de marzo de 2009
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