martes, 7 de septiembre de 2010

Chau a Tomy , un grande cubano



Tomy: de Barajagua a la eternidad
El miocardio feraz de Tomás Rodríguez Zayas, ya fatigado de tanta entrega, fue incapaz de emular con esa voluntad mítica que lo empujaba como un jinete incansable del humorismo gráfico cubano
José Alejandro Rodríguez
pepe@juventudrebelde.cu
7 de Septiembre del 2010 0:44:35 CDT
Se cansó ayer el intrépido corazón de Tomy, el gran caricaturista cubano. Sus diástoles y sístoles no pudieron seguir marcando el compás de una vida tan inquieta. Sus arterias desafiaron ese talento artístico imparable, que barrió cuanta zancadilla se le atravesara.
El miocardio feraz de Tomás Rodríguez Zayas, ya fatigado de tanta entrega, fue incapaz de emular con esa voluntad mítica que lo empujaba como un jinete incansable del humorismo gráfico cubano desde aquella mañana en que, con el monte y la tierra en sus zapatos, partió de su natal Barajagua y se apareció en Juventud Rebelde con los sueños casi adolescentes de dibujar la vida y reírse de ella. O al menos sonreírse, con mucha agudeza y hondura.
Tomy fue un artista insólito en el envoltorio de un impenitente muchacho campesino. Un verdadero labriego de la belleza y la verdad. Y su inmensa obra gráfica, que hace rato ancló en la posteridad, fue una cátedra silvestre sin academias ni retoques: A pura vida, y con una sed de saber y sentir que fue saciando autodidactamente por todas las guardarrayas y autopistas de este mundo.
No escatimó su talento, así como fue fecundo en el amor y la amistad. Su generosidad le hizo postergar muchos empeños mayores para embellecer la inmediatez, el aquí y el ahora del periodismo, en el antológico DDT de Juventud Rebelde, y en cuanta publicación cubana o foránea le incitara.
Más que laureado y respetado por tantos artífices del pincel, Tomy nunca dejó de ser el eterno caminante de la caricatura, con esos silencios a cuestas que le permitían observar el mundo para captar sus latidos. Y no hubo proyecto artístico, político o social que le convocara y no lo tuviera en zafarrancho por Cuba y por la Revolución. Hombre leal a toda prueba, fiel a sus ideas y a la vez eterno inconforme hasta el resabio. Limpio de ambiciones y montaraz ante las mediocridades y conveniencias.
Como en toda su vida, mostró mucha entereza y calma en todos estos días en que estuvo internado en el Cardiovascular. Cada vez que le llamaba por teléfono para darle ánimo, él terminaba convenciéndome de que disfrutaba una suerte de «reservación turística» para descansar. «Chévere», como acostumbraba a decir. Y soñaba, hacía proyectos ahora que se había jubilado del diario, para pintar sin las urgencias, junto a sus dos hijos varones.
Aun cuando le falló ahora, habrá que bendecir siempre el corazón de Tomy, que resistió tantos arrestos y lo llevó tan lejos y tan cerca a la vez. No lo imagino yerto, sino caminando sudoroso por una vía celestial, urgido por llegar a una nube y allí comenzar de nuevo a dibujar la vida.



Tomy, sembrado en Barajagua


Por Félix López

Se apagó el corazón de Tomy, ese amigo y caricaturista que repartió alegrías como latidos entre los cubanos. Se murió y ninguno de sus amigos cercanos se atreve a creérselo, porque hasta ayer andaba lleno de optimismo, de humor, de ideas, de planes…
Así era Tomy (al que poco conocían como Tomás Rafael Rodríguez Zayas), ese auténtico guajiro cubano, que llegó al mundo en 1949, en la lejana, pero tan entrañable Barajagua, su pueblo del oriental Holguín. Para allá se escapaba cada vez que podía y allí quería que sus hijos lo sembraran cuando llegara la hora… Confieso que no lo esperábamos, pero ya está por cumplirse ese humano deseo. Lo que no imaginó Tomy es que sus raíces se aferrarían a toda nuestra Isla, por su cubanía, por su ética, por su transparencia y por su militancia a toda prueba. Sí, porque Tomy era un militante de la causa revolucionaria, de la ecología, del latinoamericanismo y de la vida.
Cuando Ares avisó a todos los amigos, guardé mi minuto de silencio, repasando mentalmente todo lo que nos ha legado el Tomy. El único Che Guevara que cuelga de una pared en casa es una memorable obra de Tomy. Hace 20 años, cuando yo era un pichón de periodista, pasaba horas en el pequeño apartamento de Tomy y su esposa de entonces, justo frente a la Universidad de La Habana, hablando del periodismo y de la vida, entre rones, chistes y caricaturas…; y en 1992, cuando el período especial arreció en nuestra vida, nos fuimos juntos a recorrer Cuba en bicicleta, escribiendo crónicas para Juventud Rebelde, que Tomy ilustraba con total desenfado, mientras hacía de mecánico, entrenador y guía de cuatro ciclistas locos, que nos hicimos hermanos para toda la vida.
Con Lagarde, el otro ciclista de los ’90, nos unimos luego en El Caimán Barbudo, donde Tomy dejó sus trazos, sus alegrías y una que otra portada memorable.
Paso por alto que este gran amigo, se había ganado los más importantes premios de caricatura del mundo, desde Asia hasta América Latina; que expuso y publicó sus obras en Bulgaria, México o Brasil; que hizo periódicos en Cuba o en Angola, bajo las balas; que fundó el DDT y fue maestro de varias generaciones de jóvenes caricaturistas. Pero todo ese currículo profesional, envidiable, palidece ante la obra humana que es el Tomy; el hombre sencillo, sin dobleces, sin misterios, padre a toda prueba y un jodedor inigualable… ¿Sin defectos? Claro que sí los tenía, porque era un ser humano y no una de sus caricaturas. Era un perfecto cabeza dura, que cuando se proponía inventar una máquina de hacer serigrafías no paraba hasta conseguirla.
Hace tres años, nos reencontramos en Caracas y celebramos que volvíamos a estar en la nómina del mismo periódico: esta vez en Granma; y cargados con sus caricaturas nos fuimos a recorrer Venezuela, mientras Tomy, como el más anónimo de los genios, enseñaba a los jóvenes a pintar murales y a llenar de humor la obra revolucionaria. Con esas imágenes me quedo. Con el recuerdo de aquellas noches en que Mario Jorge y yo llegábamos a visitarlo, y el custodio del edificio nos preguntaba quiénes éramos para avisarle a Tomy por el intercomunicador: “Tomy, aquí están dos señores que vienen a visitarlo, uno de ellos dice que es Serguei Budka. ¿Pueden pasar?”. Y Tomy le respondía con solemnidad: “Déjelo subir, que ese es un amigo, caricaturista ruso”.
De estás y decenas de historias más nos reímos a lo largo de la vida. Por eso, en este triste momento para Ana, su esposa; Tomito y la familia toda, nos unimos al dolor, pero sin sepultar la alegría con que Tomy nos contagió a todos. A fin de cuentas, no se ha ido. Lo están sembrando para toda la vida en Barajagua.


EL CARICATURISTA CUBANO "TOMY" DIJO ADIOS (EN PAZ DESCANSE, COLEGA) - Falleció Tomy, que al parecer no se pudo reponer de la operación a la que fue sometido hace días. Cuando estuve en La Habana me llevaron a verlo al hospita...


Por Félix López

Se apagó el corazón de Tomy, ese amigo y caricaturista que repartió alegrías como latidos entre los cubanos. Se murió y ninguno de sus amigos cercanos se atreve a creérselo, porque hasta ayer andaba lleno de optimismo, de humor, de ideas, de planes…
Así era Tomy (al que poco conocían como Tomás Rafael Rodríguez Zayas), ese auténtico guajiro cubano, que llegó al mundo en 1949, en la lejana, pero tan entrañable Barajagua, su pueblo del oriental Holguín. Para allá se escapaba cada vez que podía y allí quería que sus hijos lo sembraran cuando llegara la hora… Confieso que no lo esperábamos, pero ya está por cumplirse ese humano deseo. Lo que no imaginó Tomy es que sus raíces se aferrarían a toda nuestra Isla, por su cubanía, por su ética, por su transparencia y por su militancia a toda prueba. Sí, porque Tomy era un militante de la causa revolucionaria, de la ecología, del latinoamericanismo y de la vida.
Cuando Ares avisó a todos los amigos, guardé mi minuto de silencio, repasando mentalmente todo lo que nos ha legado el Tomy. El único Che Guevara que cuelga de una pared en casa es una memorable obra de Tomy. Hace 20 años, cuando yo era un pichón de periodista, pasaba horas en el pequeño apartamento de Tomy y su esposa de entonces, justo frente a la Universidad de La Habana, hablando del periodismo y de la vida, entre rones, chistes y caricaturas…; y en 1992, cuando el período especial arreció en nuestra vida, nos fuimos juntos a recorrer Cuba en bicicleta, escribiendo crónicas para Juventud Rebelde, que Tomy ilustraba con total desenfado, mientras hacía de mecánico, entrenador y guía de cuatro ciclistas locos, que nos hicimos hermanos para toda la vida.
Con Lagarde, el otro ciclista de los ’90, nos unimos luego en El Caimán Barbudo, donde Tomy dejó sus trazos, sus alegrías y una que otra portada memorable.
Paso por alto que este gran amigo, se había ganado los más importantes premios de caricatura del mundo, desde Asia hasta América Latina; que expuso y publicó sus obras en Bulgaria, México o Brasil; que hizo periódicos en Cuba o en Angola, bajo las balas; que fundó el DDT y fue maestro de varias generaciones de jóvenes caricaturistas. Pero todo ese currículo profesional, envidiable, palidece ante la obra humana que es el Tomy; el hombre sencillo, sin dobleces, sin misterios, padre a toda prueba y un jodedor inigualable… ¿Sin defectos? Claro que sí los tenía, porque era un ser humano y no una de sus caricaturas. Era un perfecto cabeza dura, que cuando se proponía inventar una máquina de hacer serigrafías no paraba hasta conseguirla.
Hace tres años, nos reencontramos en Caracas y celebramos que volvíamos a estar en la nómina del mismo periódico: esta vez en Granma; y cargados con sus caricaturas nos fuimos a recorrer Venezuela, mientras Tomy, como el más anónimo de los genios, enseñaba a los jóvenes a pintar murales y a llenar de humor la obra revolucionaria. Con esas imágenes me quedo. Con el recuerdo de aquellas noches en que Mario Jorge y yo llegábamos a visitarlo, y el custodio del edificio nos preguntaba quiénes éramos para avisarle a Tomy por el intercomunicador: “Tomy, aquí están dos señores que vienen a visitarlo, uno de ellos dice que es Serguei Budka. ¿Pueden pasar?”. Y Tomy le respondía con solemnidad: “Déjelo subir, que ese es un amigo, caricaturista ruso”.
De estás y decenas de historias más nos reímos a lo largo de la vida. Por eso, en este triste momento para Ana, su esposa; Tomito y la familia toda, nos unimos al dolor, pero sin sepultar la alegría con que Tomy nos contagió a todos. A fin de cuentas, no se ha ido. Lo están sembrando para toda la vida en Barajagua.

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